La exposición prenatal a las hormonas sexuales, tanto testosterona como estrógenos, en las 8-12 primeras semanas de gestación tiene una gran influencia en cómo se organiza el cerebro humano. Una mayor exposición a la testosterona (hormona sexual masculina) y una menor exposición a los estrógenos (hormona sexual femenina) deviene en la “masculinización” de la organización cerebral. Esta exposición a las hormonas sexuales cuando estamos en el vientre materno es quizá una de las rutas más claras por las que la naturaleza nos hace diferentes a mujeres y hombres a nivel morfológico, pero también a nivel cognitivo. En general, los hombres se exponen a mayores niveles de testosterona, lo cual se ha demostrado que influye, por ejemplo, en que su cerebro esté más lateralizado que el de las mujeres o que su circuito neural de recompensa responda de forma diferente a los estímulos. Estos efectos sobre la organización cerebral, evidentemente, se traducen en pautas de comportamiento diferenciadas según se haya recibido un mayor o menor nivel de hormonas sexuales en el vientre materno. Algunas de estas pautas de comportamiento que parecen tener que ver con la exposición a la testosterona son la toma de riesgo, la capacidad para empatizar y la competitividad.